Un día como hoy, poco antes de las 12 de la mañana, hace precisamente ocho años, los hermanos Kouachi penetraban en la Redacción parisiense de la revista satírica Charlie Hebdo y asesinaban a sangre fría a 12 personas por haber publicado unas caricaturizas de Mahoma. A la mayor parte de los franceses, habituados a ver a religiosos de toda cepa, e inclusive al papa de turno, protagonizar las portadas más escandalosas de la revista, no nos cabía en la cabeza que eso había ocurrido de veras, en el corazón de la ciudad de París, en pleno siglo veintiuno. Cabu, Charb o Wolinski ya no volverían a dibujar. Algo había alterado irremediablemente: nuestra libertad de expresión ya no nos pertenecería totalmente como nación, y el riesgo para un humorista de recibir la bala de un kaláshnikov era real. Quizás por eso, descubrir este miércoles en Twitter los resultados del concurso internacional de caricaturas que lanzó la publicación hace un mes en solidaridad con la revuelta de la juventud en Van a ir me provocó una sensación extraña, mezcla de goce, admiración y miedo a que la historia se repita.
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