Europa desea eludir que se vuelva a reiterar, a medio plazo, un escenario de carestía de microchips como el que se vivió en los tiempos del parón económico que se produjo por culpa de las limitaciones de la pandemia de COVID-19. Entonces, el mundo occidental, y muy particularmente Europa, se dio de bruces con la realidad.
Hubo que aceptar las consecuencias de haber dejado que el ochenta por ciento de los semiconductores se fabriquen en Asia. Hace tres décadas, un 20 por ciento de la producción de esos componentes procedía de factorías asiáticas.
Para países como Alemania, la reciente falta de microchips dejó muy tocada a la industria del vehículo. Este ámbito, entre fabricantes de automóviles, las compañías distribuidoras y el comercio que lleva asociado, da trabajo a uno con seis millones de personas, conforme las estimaciones que hacen en IG-Metall, el mayor sindicato del metal teutón.
El ámbito del automóvil se halla en plena electrificación. Equiparados con los turismos de motor de combustión, los vehículos eléctricos necesitan más microchips.
Por eso el país del canciller Olaf Scholz se volcó con Intel cuando esta empresa estadounidense fabricante de chips anunciaba el año pasado su intención…