En este contexto de riesgos latentes, 2022 dejó dos hitos de singular calado y una invitación a un relativo optimismo. El primero, que las inversiones en energías limpias excedieron el billón de dólares estadounidenses -en concreto, 1,1 billones-, una cota sin igual. Y, el segundo, que esta inversión se comparó al volumen de los desembolsos dirigidos a la industria de los comburentes fósiles. “El primer billón de dólares es el más difícil”, destaca Nathaniel Bullard, analista en Bloomberg NEF, división de estudios estratégicos del grupo de información.
Bullard, que asimismo es asociado de Voyager, firma de capital peligro que asegura invertir en valores digitales y disruptivos con un mix energético dominado aún por fuentes fósiles, resalta que este jergón financiero se ha destinado, entre otras muchas medidas, a electrizar redes de transporte y de calefacción, así como a acrecentar el estocaje de energías limpias. “El salto interanual ha sido de más de doscientos cincuenta millones, el de mayor intensidad hasta la fecha”, lo que ha tolerado incrementar en más de trescientos cincuenta gigavatios la capacidad eólica y solar y vender más de…