Casi siempre y en todo momento extraños a los grandes reflectores, si bien haciendo mucho ruido a cada paso, un país y una familia desean pescar en grande en las tumultuosas aguas en las que navega el orden global. Arabia Saudita y la dinastía que le da nombre —los Saúd— han pasado en poco tiempo de una situación de relativa fragilidad, con sus vastísimos pozos petroleros funcionando a medio fuelle, a prolongar su condición de potencia fósil a multitud de campos absolutamente ajenos a lo energético… y a lo económico. Riad busca trascender en todos los ámbitos posibles, con una hegemonía que vaya alén de lo puramente regional. Y la manera elegida es la de siempre en el Golfo: a golpe de talonario y gracias a los enormes réditos del crudo.
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