El último habitante de La Estrella es un hombre de ochenta y nueve años, de cuerpo menudo y dedos anchos, tan alegre y vivaz que aun suelta una carcajada cuando tropieza y está a puntito de caerse. “Parezco un borracho”, afirma. Hasta hace unas semanas, Martín Colomer y su esposa, Sinforosa Sancho, de noventa y dos años, eran los dos únicos habitantes de esta pedanía situada en la profundidad de las montañas del Maestrazgo, en los límites de las provincias de Teruel y Castellón. Mas cuando Sinforosa se rompió la cadera y le dijeron que era mejor ingresarla en una vivienda, Martín tuvo que aceptar que era el instante de irse a vivir con su hijo a Villafranca, a 2. kilómetros de ahí. No fue fácil persuadirle de que, a puntito de cumplir los noventa años, y con temperaturas de 1. grados en negativo, vivir absolutamente solo en un lugar donde lo más tecnológico es el transistor donde escucha RNE, no era la opción mejor. Desde entonces, baja cada pocos días en su vieja Citroën C15 para dar de comer a los animales o limpiar la iglesia. Los que lo conocen, afirman que es para poder ir después a la residencia y contarle a su compañera de vida que todo sigue igual en el pueblo.
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