Miles de seguidores del expresidente de Brasil Jair Bolsonaro sumieron el último día de la semana al país en la crisis más grave desde el fin de la dictadura militar hace treinta y ocho años. Una multitud de radicales asaltó las sedes del Congreso, del Tribunal Supremo y de la Presidencia en Brasilia con un objetivo meridianamente golpista: demandar una intervención del Ejército para echar del poder a Luiz Inácio Lula da Silva, quien asumió el cargo hace una semana. La policía consiguió retomar el control de los tres poderes después de horas de caos, de las que no solo queda el indicio de los destrozos y los actos salvajes, sino una herida profunda en el corazón de la democracia.
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