Acurrucada en su abrigo amarillo, Irina nutre el fuego en el que prepara la comida en plena calle. “Hoy tenemos suerte. Voy a hacer gulash”, afirma con amargura. “Solo tengo un pedazo de carne y pocas verduras, pero muchas especias”, ironiza. El humo de la madera con la que alimenta la fogata se mezcla con el de las explotes constantes que han sumido a Bajmut en una niebla cobrizo, como una pequeña tormenta en el desierto. “Hoy están en especial cabreados los rusos”, escupe Irina, de cincuenta y ocho años. Bajmut, en la zona de Donetsk, en otro tiempo famosa por sus cercanas minas de sal y sus vinos espumosos, y que incluso recibía excursiones de apasionados a la cata, es hoy el punto más caliente de la guerra de Rusia en Ucrania. La ciudad es el frente.
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