Veo Barcelona como una ciudad ciclotímica. Con este término médico deseo señalar que padece recurrentemente avatares en su estado anímico. Somos una urbe que se cuestiona de forma periódica, con un nivel alto de exigencia y un espíritu crítico que no he encontrado en otras capitales europeas. Nuestra autoestima pasa por ciclos de euforia que nos proyectan a nivel internacional como de los mejores sitios donde vivir, para entrar ahora en fases algo depresivas que, en realidad, no se corresponden con la percepción que tienen de nosotros en el mundo. Es posible que uno de nuestros inconvenientes sea que nos comparamos con capitales que juegan en otra liga, como Londres o París. Y nos genera frustración.
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