El capitán Ginger se sacude los pantalones caquis sembrados de barro, apoya un pie en el tronco de un árbol derrumbado y se ajusta de nuevo el fusil. El esfuerzo es inútil. El bosque está cuajado de lodo. A la derecha y a la izquierda, violentas explosiones sacuden la agreste arboleda de las montañas Sagradas, en la vía hacia Kremina, uno de los bastiones de Lugansk —en el este del país— ocupado por Rusia en abril, en los primeros compases de la invasión. “No nos dan respiro, pero nosotros a ellos tampoco”, asiente el capitán ucranio. Los bosques de pinos que ribetean las proximidades del río Siverski Donets son el escenario de una de las batallas de desgaste más cruciales de la nueva fase de la guerra de Rusia en Ucrania. Una pugna clásica, de vaivenes y de trincheras, de grupos de asalto y emboscadas entre la maleza y el fango en el corazón de Donbás —el castigado este de Ucrania—, donde cada metro cuenta y los días parecen meses.
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