¡Es la economía, estúpido! La vieja afrenta del asesor de campaña electoral James Carville a Bill Clinton, que evitó la reelección de George Bush y catapultó a EEUU hacia una de sus más prolongadas fases de prosperidad, ha perdido parte de su sentido original. Un cuarto de siglo después, la consigna del reputado consultor político, que enterró el largo decenio de presidentes republicanos en la Casa Blanca, parece haber sucumbido ante un repentino cambio de hábito electoral: la economía, el factor más contundente desde el final de la Guerra Fría para elegir al inquilino del Despacho Oval, puede tergiversarse hasta dar la vuelta a los datos como un calcetín e inclinar la balanza hacia una alternativa predeterminada.
Joe Biden podría dar cuenta de ello. Aunque aún falten diez meses para la contienda presidencial de noviembre, su eficiente gestión económica en tiempos de inflación galopante, escaladas de tipos sin precedentes en dos décadas, cuellos de botella comerciales y alto voltaje geopolítico con fricciones arancelarias y tecnológica con China, no parece concederle aval electoral alguno en las encuestas frente a su presumible rival, Donald Trump.
Ni siquiera el reconocimiento a…