Más de 90 delegaciones de socios de la Nueva Ruta de la Seda, llegados de Latinoamérica, Asia y Europa, acudieron a la capital de China el pasado 18 de octubre. El objetivo era para conmemorar, en el majestuoso Gran Salón del Pueblo -en el ala oeste de la Plaza de Tiananmén-, los diez años de vida del extenso mercado perfilado por el presidente chino Xi Jinping para amplificar el poderío económico del segundo PIB global.
Sin embargo, solo 23 delegaciones estuvieron encabezadas por jefes de Estado o de Gobierno, lo que evidencia la brecha geopolítica de China frente a EEUU. Xi no consigue dotar a su diplomacia económica de una capacidad de influencia estratégica que le otorgue mayor peso y control sobre el orden mundial.
Esta dicotomía es el nudo gordiano que ha motivado el relanzamiento de la Belt & Road Initiative (BRI) en su versión 2.0, tras el despliegue, por parte de Pekín, de una dotación de un billón de dólares con cargo a sus arcas. Los recursos, dirigidos a carreteras, líneas férreas y otras infraestructuras para espolear los flujos comerciales entre Eurasia y África,…