Cuando empezó la Gran Guerra en mil novecientos catorce el escritor Stefan Zweig se hallaba de vacaciones cerca del puerto belga de Ostende. Escribía que “los turistas se tumbaban en la playa junto a casetas de colores refulgentes o se bañaban en el mar, los pequeños hacían volar cometas, los jóvenes bailaban frente a los cafés o en el camino junto al muro del puerto”. Todo el planeta se divertía amistosamente. En el mes de mayo del año anterior, en el breve interludio de las dos guerras balcánicas, los primos Jorge V de Inglaterra, Nicolás II de Rusia y Guillermo II de Alemania se reunían en Berlín para la boda de la única hija del kaiser.
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