Voy a introducir con una anécdota personal este encuentro con la modelo estadounidense Christy Turlington, una de las mujeres que en los años noventa revolucionó el estatus de las maniquíes en la sociedad y la historia de la moda. Igual que hay padres e hijos que se comunican a través del fútbol, o la pesca, yo he practicado durante años el deporte de intercambiar fotografías de Turlington con mi hija. Navegar obnubiladas por su belleza también respondía a una conexión particular: en 2010, la famosa modelo creó la organización Every Mother Counts, una iniciativa destinada a evitar la muerte de mujeres durante el parto en países en desarrollo. Hoy día, más de trescientos no sobreviven y el noventa y ocho por ciento de esos casos se pueden prevenir. Turlington fue la primera persona a la que escuché charlar públicamente de una experiencia traumática para todas las que lo hemos vivido: las complicaciones derivadas de una mala expulsión de la placenta durante el parto de su hija primogénita, Grace, nacida en dos mil cuatro, le provocaron la pérdida de litros de sangre, una causa de mortalidad prácticamente segura si no hay medios al alcance. Y si los hay, lo que queda es un posparto infernal del que se habla poquísimo.
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