Hace ciertos años, tuve la oportunidad de visitar un museo en una ciudad extranjera. Era conocido por ser uno de los más importantes de la ciudad, con una increíble compilación de arte. Desde que entré, me sorprendió la belleza y elegancia de su diseño. Las paredes blancas y extensas, el techo alto, la iluminación adecuada: todo estaba concebido para resaltar las obras de arte y dar una sensación de calma y serenidad a los visitantes.
Sin embargo, mi experiencia se vio empañada por un pequeño detalle: la carencia de accesibilidad. Una de las amigas que había venido conmigo no podía desplazarse con facilidad. Pese a que la edificación tenía un ascensor, en algunas áreas brillaban por su ausencia las rampas o escaleras mecánicas. Por eso, mi amiga no pudo disfrutar como lo hice yo. No podía subir a la segunda planta donde se hallaban algunas de las obras de arte más esenciales, y tampoco podía acceder a la sala de conferencias donde iban a festejar ciertas conversas interesantes.
Esta experiencia me hizo meditar en de qué forma puede afectar la accesibilidad a la inclusión de todas y cada una de las personas de una sociedad. El diseño debe ser fácil de comprender y emplear por cualquier persona, independientemente de su experiencia o habilidades. Un edificio inaccesible debería hacernos entender la relevancia de estimar las necesidades de todas las personas al instante de diseñar espacios y productos. Al adoptar principios de diseño universal, podemos crear un mundo más alcanzable e inclusivo para todas y cada una de las personas, con independencia de sus habilidades y restricciones.
Por ejemplo, los diseños de productos electrónicos como móviles (piensa en cómo está desarrollado el tuyo: ¿es fácil de emplear? ¿Es fácil localizar lo que buscas? ¿Es simple mudar la configuración?) o tablets se han vuelto más…