En la gastronomía y en la política no hay que tragar con todo, pues hay preparaciones y situaciones muy indigestas que nos pueden amargar el día o la carrera. Las cosas son como son, lo diga Agamenón o su porquero. En una ocasión gozando con las exquisiteces de El Bulli, llegó un plato que, cuando el camarero lo anunció en la mesa, me mareó. Pero cuando aspiré su aroma, estuve a puntito de desmayarme sobre el mantel. Se trataba de “anémonas de mar con sesos crudos de conejo y ostras en caldo tibio”. La profesionalidad del servicio fue tal, que viendo que me quedaba lívido y con los ojos vidriosos, se me llevaron el plato antes que pudiera darme cuenta. Me quedé más sosegado cuando, un año después, uno de los más afamados críticos gastronómicos del planeta, Llenan Andrews, declaró en la Contra de este diario que era el peor plato de Ferran Adrià: “Pensé que se había vuelto loco”.
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