Allá donde no llegaron la habilidad negociadora, los trucos parlamentarios o la predisposición a ceder a las intenciones de los aliados, echó una mano el azar. Entre pitos y flautas el Gobierno ha logrado cerrar dos mil veintidos solidificando una mayoría en el Congreso que en la primera mitad del año parecía agrietarse. Y, como remate final, la crisis institucional de los últimos días ha tenido el efecto secundario de llamar al cierre de filas de la base parlamentaria del Ejecutivo, tras muchos meses de angustia por capítulos como la negociación de la reforma laboral, el caso Pegasus, el envío de armas a Ucrania o el súbito cambio de la histórica posición sobre el Sáhara Occidental para acercarse a Marruecos. En medio de todo eso, el Gobierno de Pedro Sánchez siempre y en toda circunstancia ha encontrado una tabla de salvación, en ocasiones hasta de chiripa, como el fallo al votar del miembro del Congreso de los Diputados del PP Alberto Casero que dejó aprobar la reforma laboral. Sánchez y su proverbial capacidad de supervivencia han superado otro año repleto de conmociones, encabezado por un estrépito político que semeja no tener fin y con 70 proyectos legislativos aprobados en el Congreso, entre ellos sus terceros Presupuestos consecutivos.
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