Solo su destinatario puede leer el mensaje. Ese es el propósito de la criptografía, una técnica con más de dos milenios de antigüedad. Hacia el siglo V a. C., por ejemplo, los militares espartanos ya escribían sobre un pergamino que enrollaban alrededor de una vara de tal modo que únicamente quien poseyera otro bastón del mismo grosor podía comprender el texto. Siglos después, se cree que Julio César inventó otro sistema. Consistía en desplazar las letras del alfabeto un cierto número de posiciones (las “a” pasaban a ser “f”…) y en intercalar alguna palabra clave; combinaciones que el destinatario debía conocer.
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