Las buenas formas han desaparecido más que nunca del Congreso, donde día tras día son más frecuentes los insultos, provocaciones y descalificaciones infamantes, con la violencia sexista, ETA o Cataluña como trasfondo. También a raíz de la polémica estos días, sobre una de las cuestiones capitales en nuestro Estado constitucional contemporáneo: la relación entre la representación popular y la justicia constitucional. Mas esa es otra cuestión. Fuere como fuese, esa falta de decoro no solo mina el prestigio de la institución, sino asimismo de la política, una de las actividades que disfruta de menor estima y crédito social. Pero no es producto de la mala educación de sus señorías, puesto que aun algunas alardean de su superioridad ética e intelectual, sino más bien una manifestación más de la extrema polarización social y de la urgencia de la ultraderecha de Vox. Desde ese momento lleva vociferando exabruptos de todo género, y especialmente insultos sexistas, mucho ya antes de acusar vergonzosamente a Irene Montero de liberar violadores o de reducir sus méritos de forma hiriente.
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