Mientras profetizamos ufanos que las autocracias son la principal amenaza del “mundo libre”, las dos democracias más viejas del planeta se empeñan en mostrarnos que el principal contrincante lo tenemos dentro. El elefante en la habitación son Donald Trump y el Brexit, dos terremotos políticos que provocaron una suerte de reducción al absurdo de la democracia, reventando a sus principales partidos conservadores. En el Reino Unido, se ha traducido en ira social y en la debilidad política de su primer ministro; en Estados Unidos, en la “vergonzosa” situación (Joe Biden dixit) de la Cámara de Representantes, paralizada por la revuelta de un puñado de ultras. Si hubiera alguna moraleja sería que, cuando se crea tan voluntariosamente una atmósfera de excitación y radicalidad, existe el riesgo de que se vuelva contra quien la extiende, cuando la criatura monstruosa, nuestro cisne negro, cobre vida propia. Esto explicaría por qué ni Trump ni Boris Johnson han tenido poder para parar la carrera de histeria política a la que se abandonan los radicales de sus partidos, que ellos ayudaron a impulsar.
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