De lejos, dos chicos de pie haciéndose un selfi. En cuestión de segundos encuentran el mejor encuadre. Sonríen. Hasta el momento en que uno baja el móvil y les cambia el rostro. Están con un conjunto. Son dieciocho, puede que diecinueve. Entre ellos hay solo una mujer. Son jóvenes, altos, atléticos y con una estética cuidada en los pequeños detalles pese a las circunstancias. Son originarios de Mali y de Guinea-Conakri. O al menos lo son aquellos con los que hemos conseguido hablar.
Es el día 7 de enero del 2023 y, acompañados de trabajadores de Cruz Roja, están esperando en el puerto de Palma un autobús que les lleve al ferry que sale hacia València. Un recorrido más en su ruta migratoria. El siguiente tramo después de haber cruzado unos doscientos cincuenta km del mediterráneo desde Argelia hasta Mallorca. Llegaron el día de Reyes en una embarcación de fibra de vidrio, con un motor de cuarenta caballos. Tras más de un par de días de travesía.
Los chicos del selfi no necesitan muchas explicaciones para empezar a hablar. Todo son comodidades. Les sorprende un poco el interés que pueden generar en los medios. Tienen veintiseis y 27 años y vienen desde Mali. “De Mali a Argelia se tarda como máximo una semana en autobús. Nosotros llegamos a Argelia hace más de un año, estuvimos trabajando para lograr dinero y poder cruzar”. Trabajaron de lo que encontraron: “En la construcción, limpiando casas, en lo que fuera”. ¿Cómo hallaron la manera de venir? “En la misma zona donde trabajábamos ya conocimos a gente”. Preguntados sobre si la senda Malí-Argelia y Argelia-Mediterráneo con esperanzas de tocar Europa se ve como una ruta…