En Libia llovizna sobre mojado. La Yamahiriya de Muamar Gadafi era ya un país apartado y atrasado. Y desde su caída en dos mil once, con el homicidio del caudillo en una ratonera de su Sirte natal, las desgracias se han ido amontonando sin tregua. Como si se tratase de un saco desprovisto de fondo. Un abismo sin fin: dos gobiernos compiten por el poder; una amalgama de milicias y tribus rivales, con incesantes interferencias de potencias extranjeras, imponen su ley; y el caos se ha vuelto favorezco para el tráfico de seres humanos; el contrabando de armas o la corrupción.
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La desgracia de Derna, una urbe del este del país arrasada por las inclemencias del tiempo y el derrumbe de las dos presas que amontonaban las aguas de Yebel al Ajdar (Montaña Verde, en árabe) es la última catástrofe de un Estado errado…
