Incluso desde antes de su aprobación, las principales críticas a la reforma laboral se centraron en el impulso que daba a la figura de los contratos fijos discontinuos como alternativa a los temporales. Mientras la oposición y varios economistas lo consideraban solo un maquillaje estadístico para ‘inflar’ las ratios de empleo indefinido, para el Gobierno permitía el travase desde los puestos más precarios hacia trabajos de mayor calidad. Pero dos años después, esta modalidad ha convertido en una ‘oveja negra’ de la que el Ejecutivo reniega como un fracaso que mantiene a muchos trabajadores en la temporalidad.
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