Los sistemas eléctricos europeos se encaran estos días al peor cóctel posible: frío —alta demanda—, ausencia de viento y cielos nubosos —menor oferta de energía barata—, buena parte de la generación nuclear francesa aún fuera de juego y levantas en el mercado gasista. El resultado de esta combinación de factores negativos, a la que se aúna una sequía que está lastrando la producción hidroeléctrica, es unívoco: costes récord a poco más de una semana del comienzo del invierno, cuando las calefacciones echan humo y el consumo doméstico se dispara.
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