Cualquiera que haya salido a la calle habrá notado que la sociedad española no sufre ninguna crisis existencial. La gente va y viene, se aglomera en las aceras céntricas, gasta dinero si puede y goza o sufre, según, de estos días viscosos que se alargan hasta bien entrado enero. Quien no vive de la política es ya inmune a la repetición de palabras huecas, con la misma vacuidad semántica (aunque con mucha menos gracia) que una retahíla de insultos del Capitán Haddock: “¡Anacoluto, mercantilista, ostrogodo, coleóptero, bachibuzuk!”.
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