2022 ha sido un año tan para olvidar en tantos frentes —una guerra en Europa, una crisis energética sin precedentes, un estallido inflacionario súbito— como memorable para unos pocos elegidos. En ese saco están las petroleras o los bancos, espoleados —respectivamente— por el alza del crudo y de los márgenes de refino, y por el subidón de géneros de interés. Mas asimismo, considerablemente más alejadas de los focos —del escrutinio público y, mucho más preocupante, asimismo de los reguladores—, los grandes operadores de materias primas, que han sabido pescar en río revuelto y capitalizar el caos en beneficio propio.
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