Adam Smith se sorprendería de lo fácil que es explicar la ley de la oferta y demanda tirando de los últimos 4 años del mercado automovilístico. En dos mil diecinueve las marcas producían todo lo que podían e anegaban el mercado, en el que después se peleaban por cada cliente por la vía del coste, con descuentos que se habían convertido en norma generalizada, de igual manera que lo fueron las automatriculaciones (automóviles adquiridos por las propias marcas o por los concesionarios para después ser vendidos como turismos kilómetro 0) para alcanzar los objetivos mensuales. Hoy nada de aquello sirve. Las factorías todavía funcionan a medio gas por la crisis de suministros acaecida con la pandemia del coronavirus y no dan abasto a las solicitudes de los compradores; las listas de espera para recibir un coche nuevo han estado en máximos históricos y en esa situación no solo no hacen falta las promociones, sino que los fabricantes están en condición de subir costes por el hecho de que hay gente preparada incluso a buscar una opción alternativa en el mercado de segunda mano.
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