O llovizna o estamos abocados a regar con lágrimas. De Doñana a California, pasando por China o África, la escasez de precipitaciones, la sobreexplotación de los acuíferos y la desigualdad en su reparto cambiarán por siempre las compañías, los trabajos y nuestra relación con la naturaleza. La guerra por el agua, lamentablemente, no ha hecho más que iniciar.
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Prácticas empresariales con margen de mejora
En algún instante de la evolución el humano “aprendió” a infringir sus compromisos, a preocuparse solo por su supervivencia, a ignorar el sufrimiento y el dolor de su especie. Quizá mientras que contempló su imagen reflejada, entre las cuencas de sus manos, en la orilla de un río por primera vez. Esa ilusión ha llegado a nuestros días y los economistas repiten la palabra multilateralismo. Entre el fallo y los buenos propósitos. Proteger a los labradores, las mujeres, los pueblos indígenas y los usuarios. Mas la realidad es dura. Menos estratégica.
Las inundaciones del año pasado en Pakistán desplazaron a siete millones de personas y causaron 30.000 millones de dólares (veintisiete millones de euros) en pérdidas. En un país mísero, solo cinco.600 millones estaban cubiertos por pólizas de seguros. Una devastadora sequía ha afectado en el este de África a treinta y seis millones de seres humanos, situándolos sobre el abismo de la hambruna.
El horizonte está desteñido. Nuboso. En el otro lado del continente, cerca de uno con tres millones fueron apartados por las inundaciones. Unas seiscientos personas murieron en Nigeria, Camerún, Mali. “Todavía estamos a tiempo de transformar la crisis hídrica en una ocasión global para un amplio progreso económico y un nuevo contrato social basado en la justicia y la equidad”, escriben, entre otros, Mariana Mazzucato y Tharman Shanmugaratnam, ministro superior de Singapur, en un reciente artículo. ¿Es este el camino para sobrevivir a nuestra propia insensatez “Nada en el complejo sistema de interdependencia, agua-energía-alimentación, resulta totalmente benigno”, analiza Luke Barrs, de Goldman Sachs. “Ni siquiera la reducción de su uso, que es la estrategia básica de empresas y gobiernos, en sus objetivos de gestionar este elemento. Aun eso tiene, entre otras muchas, consecuencias adversas: aumento de la concentración de los contaminantes o subida de los costes de los vertidos”. Pero si las empresas no tienen en cuenta el gasto de agua a lo largo de toda la cadena de producción —algo que muchas ignoran—, los informes serán papel mojado.
Porque alrededor subsiste el despropósito de una economía que usa el agua tal y como si fuera igualmente rebosante que estrellas en un cielo de verano. El “estratégico” microchip consume hasta 40.000 litros de agua destilada y una tonelada de cobre, setenta m³ de agua dulce. El planeta multilateral ha tomado el camino opuesto. “La inversión a escala global en infraestructuras verdes representa menos del 5 por cien de todos y cada uno de los gastos relacionados con el agua”, estima Richard Connor, especialista de la Unesco. Resulta más asequible cuidar que plantar la última tecnología. El hombre echa cuentas de su sufrimiento futuro. Podemos consumir —según el Centro de Resiliencia de Estocolmo— hasta 4.000 km³ de agua dulce al año sin dañar el planeta. A lo largo de dos mil treinta la cantidad se habrá desbordado: 6.900 km³. Hoy, entre 2.000 y tres mil millones de personas sufren escasez al menos un mes al año. “La evidencia científica es que tenemos una crisis de agua. La estamos utilizando mal, la contaminamos y hemos alterado todo el ciclo hidrológico global. Es una triple crisis”, alerta en The Guardian Johan Rockström, director del Instituto Potsdam para la Investigación del Impacto Climático.
Diferentes tonalidades
Una de las urgencias es devolver el agua a los paisajes para frenar la escasez de agua líquida y alcanzable. Se llaman “aguas azules” y son las de los ríos y los lagos. A su lado discurren las “aguas verdes”, contenidas en el suelo y la vegetación, que asisten a regular el movimiento del agua de líquido a gas. Contribuyen al equilibrio de los ecosistemas y su sustento. Reforzar las “aguas azules” demanda reconstruir las “aguas verdes”. Todo está conectado. ¿O no? “Casi siempre y en toda circunstancia, el problema del agua potable no tiene nada que ver con su escasez física”, reflexiona Mark Giordano, de la Universidad de Georgetown, experto en la gestión del agua. “Tiene que ver con la falta de medios financieros y políticos para poner en marcha la infraestructura a fin de que la gente tenga agua”. El agua es dos moléculas de economía y una de política.