Los 6 componentes negros —tres hombres y tres mujeres— del Coro de la Ascensión, de pie en un precioso círculo de baile y ritmo ante el altar de la Abadía de Westminster, cantaron este sábado un Aleluya de música góspel en honor de Carlos III. Pero poco después, cuando el arzobispo de Canterbury ungió con el óleo sagrado al nuevo monarca en el pecho, la cabeza y las manos, una cortina ocultó a las cámaras y a los convidados el momento más íntimo de la liturgia. Y empezó a retumbar entre los muros del tempo Zadok el Sacerdote, el himno compuesto por Händel en 1727 para la coronación de Jorge II. No hay otra composición que se identifique más con la majestuosidad atribuida a la realeza. Modernidad, en dosis moderadas, mezclada con pompa y tradición.
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