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El renacer de la Biblioteca Nacional de Francia
lavanguardia.com

Decía Umberto Eco, como homenaje a Borges, que el modo más acabado de representación cultural de nuestro planeta son los catálogos de las bibliotecas, una idea que se hace cartesianamente evidente al entrar en algunas de las excelentes bibliotecas que halla cualquier spleen en París. Hace unas poquitas semanas, tras diez años de obras, el diecisiete de septiembre, se volvían abrir las puertas de la Biblioteca Nacional de Francia, la BNF, en su histórica ubicación del cincuenta y ocho de la rue Richelieu/5 rue Vivienne, un edificio vecino a los Jardines del Palais Royal. Las autoridades hicieron coincidir la apertura con el tercer centenario de ubicación, cuando el Abad Bignon decide en mil setecientos veintidos trasladar la Biblioteca Real, que había recorrido desde el Louvre, Blois o Fontainebleau, a la presente en el palacio Mazarin con el fin de ensalzar las letras que, como decía Bacon en la Nueva Atlántida, cruzan los amplios mares del tiempo.

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