La áspera subida de las clases de interés acometida por el Banco Central Europeo (BCE) empieza a reabrir viejas fisuras que se comenzaban a quedar olvidadas en las primordiales capitales europeas. Por primera vez en años, ciertos países meridionales, esta vez pupilos aventajados de la clase en lo que a inflación se refiere, están empezando a educar las garras al instituto transmisor tras los últimos endurecimientos de la política monetaria. Y conminan con enturbiar el —al menos en los últimos tiempos— plácido tiempo en el que Christine Lagarde y el Consejo de Gobierno del Eurobanco toman sus resoluciones, tras haber llevado la tasa al cuatro por cien , el nivel más alto desde la creación de la moneda única. Si no hay sorpresas, el jueves próximo el coste del dinero volverá a subir de nuevo.
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