El presidente chino, Xi Jinping, acaba de realizar un triple salto geoestratégico para ganar capacidad de repercusión y liderazgo en el mutante orden mundial. Por un lado, ha decretado la limitación a Estados Unidos y Europa de metales como el galio o el germanio, con el claro objetivo de alterar la fabricación de chips y semiconductores de sus contrincantes occidentales desde el 1 de agosto. Por otro, busca calmar los nueve billones de dólares estadounidenses de deuda municipal a través de facilidades prestamistas con devoluciones a veinticinco años y a un interés testimonial con cargo a la enorme banca estatal y evitar así un colapso crediticio en pleno despegue del PIB. Finalmente, ha impuesto un impasse en sus vínculos geoestratégicos con Moscú frente a la dudosa capacidad de contención del Kremlin a la contraofensiva de Ucrania tras el estruendos de sables lanzado por el Grupo Wagner.
La prohibición de venta de varias de las materias primas metálicas que componen las llamadas tierras extrañas, de las que China es el incontrovertible primer extractor y exportador mundial, pretende interrumpir suministros imprescindibles para ámbitos como el de las telecomunicaciones o el de los vehículos…