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Elogio del espacio diáfano
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El nuevo centro de salud de la Santa Creu i Sant Pau (2010), obra de una constelación de arquitectos formada por Esteve Bonell, Josep Maria Gil, Sílvia Barbera, Josep M. Canosa y Francesc Rius, es de los mejores edificios de Barcelona. No lo digo como persona interesada en la arquitectura, como escritor o como intelectual, sino más bien como un ciudadano que, a causa de problemas de salud familiares, ha pasado allí muchas horas. La primera idea emocionante debe ver con la estructura de la zona de hospitalización: 4 grandes bloques que se abren como los dedos de una mano. A los que nos gusta la montaña reconocemos enseguida esa estructura: es la que forman, por poner un ejemplo, las crestas y vales de La Albera cerca del mar. De una cornisa alta brotan una serie de valles que van a parar a Portbou, Colera, Llançà y Sant Silvestre de la Balleta. Puesto que bien, en el nuevo hospital de la Santa Creu i Sant Pau, los 4 bloques de hospitalización son las crestas, y los jardines inferiores, los valles. Están orientados a levante, de manera que las habitaciones tienen luz natural muchas horas al día. Los bloques están conectados por un largo pasillo, bien iluminado, con unas formas prismáticas interesantes y buenas vistas sobre Barcelona. Siempre he pensado que una de las razones por las que el nuevo centro de salud de la Santa Creu i Sant Pau marcha tan bien es esta arquitectura humana.

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