Noemí Luna se pierde rebuscando al primer bracero de su árbol genealógico: “A mi padre le viene de mi abuelo y mi bisabuelo, a su vez, también se dedicaban al campo”. Así que la joven de veintiseis años sería, por lo menos, la cuarta generación. “Y espero que mi hijo no sea la quinta, me agradaría que estudiara y pueda hacer algo que no pude”, tercia definitiva la temporera, poco antes de embarcarse en plena madrugada en el turismo con el que irá a recoger la aceituna al lado de su padre, su hermano y su pareja. “Toda la familia nos dedicamos al campo, eso es normal por aquí”, explica Luna. Ni media hora después, los cuatro estarán encaramados a escaleras o de rodillas, con un capazo colgado del pecho mientras peinan olivos a destajo.
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