El golpe en la mesa de Teresa Ribera el pasado 23 de noviembre, tras percibir la inaplicable propuesta inicial de la Comisión Europea para el tope al gas —un umbral tan alto que, en la práctica, era poco más que un brindis al sol— se generó en la villa de Madrid mas se escuchó hasta Bruselas. Un día siguiente, en una de las múltiples negociaciones con el resto de ministros de Energía de los Veintisiete, la ministra española repetía cara a cara lo que había dicho a los cuatro vientos en Madrid: que era una “tomadura de pelo”. Muchos, y no solo esa vez, tomaron nota.
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