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¡Hola, retrógradas!
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¡28 de mayo, contigo comenzó todo! Entonces, tras el cónclave de medianoche en Moncloa, la conciencia de Pedro deseó sentar cátedra frente al fácil aplauso y fuego amigo de los suyos con media España desconcertada y la otra media con un cabreo del diez tras la repentina convocatoria de elecciones en, para muchos ciudadanos, plenas vacaciones estivales. Jamás llovizna a gusto de todos; ni tan siquiera ahora en el mes de junio en plena resaca de autonómicas y municipales.

Pero esa lluvia ha traído polvo y barro enrareciendo el panorama de la izquierda hasta lodos presentes no exentos del uso de piolets que puedan facilitar anheladas y  elevadas posiciones en las listas. Si, además, se consigue pillar pedazo en una de esas poltronas o su humilde felpudo, miel sobre hojuelas. El caso es escalar y perpetuarse en esto de la política.

Sin embargo, no contento con el cisma generado entre los asociados del Gobierno de España, el presidente ha continuado “haciendo amigos” con la “extrema derecha” o “derecha extrema” que, para su ya “conocida” conciencia, están en ese cajón de sastre en el que ha aparecido una nueva “okupa”: la “ola retrógrada”. En otras palabras, todos los que no le profesan devoción con su voto.

Lo mismo da que da lo mismo ese cajón “desastre” lleno de despropósitos en el que, gracias a las reaccionarias –incluido el séquito de aconsejes y asesoras–, se ha convertido una alianza de gobierno de infinitos ministerios, desestabilizadoras leyes o impositivos decretos empeñados en suministrar épicas jornadas de discordia y malestar social a un pueblo estupefacto por “siniestros” movimientos encaminados a repartirse el sugerente pastel.

Pedro Sánchez –como su conciencia– no sabe de vetos. De hecho, se ha audaz a, políticamente, resucitar a Ábalos o Calvo. ¡Sujétame el cubata! Para eso, las exclusiones, están Sumar o Yolanda Díaz, si quiere charlar y no pasar el testigo a Ernest Urtasun, rutilante fichaje de su flamante propuesta política, esa que, henchida de unidad, no hace más que sembrar fracción entre los líderes territoriales de sus “seguidores” de Podemos. Paradójicamente, lo de la tan cacareada armonía y coordinación a unas semanas de los comicios dista mucho de las puñaladas traperas que se vislumbran en próximas noches de cuchillos largos.

Ellas, las reaccionarias, han querido monopolizar tanto que hasta las tempestades de los vientos sembrados proceden de múltiples latitudes. Han recogido más que la noche, han sido capaces de unir todo género de disensión y han logrado convertirse, por demérito propio, en blanco perfecto, en objetivo facilón, en el sparring ideal para percibir revés tras revés por la diestra y la siniestra. Ahora más que nunca, sus nombres chirrían y hacen que nos piten los oídos, suecos a la provocación de sus excéntricas veleidades. Son carne de cañón.

No hay toalla blanca que lanzar al ring para pedir una tregua en ese cuadrilátero de la vejación en el que el réferi está a punto de comenzar la cuenta atrás antes de dar por concluida la encarnizada riña por el poder de una extrema izquierda que, ajena a resolver la problemática socioeconómica del país, dilapida su escasa y menguada verosimilitud en la elección de sable o pistola.

Ya no valen postureos neoyorquinos, tweets infantiloides, risas y carcajadas en debates, inconsistentes victimismos o la altanería de gestos o palabras que han llevado sus huesos a la lona sin, en este particular duelo, opción de ser salvadas por la prodigiosa campana. El knockout está servido.

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