Argentina contenía la respiración desde hace días. Un país en estado de tensión absoluta que solo desapareció cuando el sevillista Gonzalo Montiel convirtió el cuarto y terminante penalti de la tanda de una final histórica contra Francia, resuelta desde los once metros tras el desquiciado 3-tres de los noventa minutos y la prórroga.
Cientos de miles y miles de personas se habían concentrado en las calles de Buenos Aires y del resto del país para ver una final que comenzó a las 12 de la mañana hora local, y acabó pasadas las tres de la tarde. La capital argentina reventó en un grito desde todas y cada una de las plazas y desde todas y cada una de las casas, acompañando a los más de 50.000 compatriotas que animaban en Qatar en las gradas del Estadio Lusail.
La celebración se trasladó…