La crisis del petróleo de 1973, como la financiera de 2008, fue algo más que una sacudida generacional: fue, más bien, uno de esos traumas colectivos de los que, incluso quienes no lo vivieron, conocen al dedillo las consecuencias. Dos guerras superpuestas —la de Rusia y Ucrania; la de Israel y Hamás— han vuelto a revivir hoy fantasmas que se creían enterrados. Quizá, como casi todo en esta era, con una dosis de exageración: la Agencia Internacional de la Energía (AIE), siempre cauta, acaba de marcar distancias con aquel embargo petrolero que movió para siempre los cimientos energéticos y que dejó las cicatrices a la vista de todos.
Seguir leyendo