Una excavadora retira escombros y se vislumbran retazos de una vida cualquiera a las afueras de Beirut: los hierros retorcidos de un calentador de agua, la puerta de una lavadora, un juguete infantil, una cacerola casi intacta… El espacio es tan llano que cuesta imaginar que un edificio de siete plantas lo ocupase 16 horas antes, cuando dos misiles israelíes mataron al menos a 37 personas, entre ellos tres niños y siete mujeres, en el ataque más letal en casi un año de guerra entre Israel y Hezbolá que ha adquirido esta semana otra dimensión. Nasralá Humani tiene un hermano (Ayman) entre los 37, pero su madre (Hadiya) sigue en otra lista, la de los 23 desaparecidos —insiste en distinguir—, pese a que el bombardeo los pilló bajo el mismo techo convertido hoy en una capa de hormigón y hierros, por lo que solo parece cuestión de tiempo que recuperen el cadáver y la incluyan entre las víctimas mortales. “Me he acercado a los escombros y he visto una receta que le hizo el médico a mi madre. A ella aún no lo han encontrado. Voy a quedarme por aquí hasta que me digan algo. Sigo preguntando. Hay una lista de desaparecidos, pero algunos cadáveres al parecer están tan desfigurados que tardan en entender quiénes son”, relata.
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