Stanislav agudiza el oído y cierra apuradamente el maletero de su destartalado Lada colorado. El vehículo está a rebosar de garrafas de agua, latas de leche y bultos de té que carga para los pocos vecinos que quedan en la zona. No hay tiempo para el reparto. Un soldado corre desde la ribera del río y se pone a cubierto, agazapado contra el muro de ladrillos rojos de una casa. “Uno, dos, tres, cuatro… 15”, recita el uniformado, a la espera. Una explosión retumba en el distrito de Naftohavan, en Jersón. Y luego otra. Y otra.
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