Es un día de mediados de noviembre, y en Madrid llueve y hace frío. Jorge Drexler (Montevideo, 58 años) termina de ganar siete Grammy Latinos en Las Vegas, por delante de Bad Bunny y Rosalía, por delante de todos, merced al álbum Tinta y tiempo, y a la canción Tocarte; su segunda noche de gloria, tras dos mil diecinueve con Telefonía. El vocalista mira la Castellana, gris, y se le escapa de repente: “Yo estaría mejor en el mes de agosto en San Vicente do Mar, comiendo marisco y bebiendo albariño”. En ese rincón de O Grove (Pontevedra), Drexler, trece Grammy, el Oscar, el Goya, se anima a subir al escenario del Náutico a cantar y tocar con músicos locales, a bailar, a empaparse de todo. Hace unos años, en una celebración de Vanity Fair dedicada a su amigo Antonio Banderas, y en medio del coctel, Drexler se acercó a un periodista y, en un aparte, le soltó una lección monumental y divertidísima sobre la métrica y rima de la décima espinela, una estrofa de diez versos que perfeccionó Vicente Espinel en el siglo XVI.
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