La dedicación de Joseph Ratzinger a la teología ha sido discontinua; como mismo reconoce en su autobiografía Mi vida, se ha caracterizado no tanto por la evolución, sino por la involución y se ha desarrollado en la más pura ortodoxia. Inició la docencia teológica muy joven en diálogo con los tiempos culturales y filosóficos de la modernidad y con los teólogos protestantes de su temporada. Participó como perito en el Concilio Vaticano II de 1962 a 1965 junto con algunos de los más esenciales teólogos del instante, entre ellos su colega Hans Küng. Contribuyó con ellos a la preparación de los documentos conciliares que abrieron el camino de la reforma de la Iglesia, del diálogo con las religiones y con el mundo moderno y de la ubicación de la Iglesia en la sociedad.
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