Las sociedades evolucionan y con ellas su forma de contemplar el trabajo. A veces, como sucedió con la pandemia y el confinamiento, la reconversión de las relaciones laborales se produce de forma áspera, y la implementación de nuevas fórmulas como el teletrabajo brincan sin preaviso del terreno experimental al práctico. No hay tiempo para ensayos cuando están en juego la supervivencia del negocio (y del empleo). En otras, como con la guerra de Ucrania, el tablero económico mundial se resquebraja y el equilibrio entre los contrapesos de la negociación colectiva se ve comprometido. Cuando los costes suben y los sueldos se estancan, como sucede a nivel global por el encarecimiento de los costes de la energía, la clase obrera se depaupera y prende la llama del conflicto.
Seguir leyendo