Occidente se apresta a incrementar sus arsenales de armas. El objetivo de destinar el 2% del PIB a gastos en Defensa se ha convertido en un nuevo principio sacrosanto. Ya ocurrió en el terreno económico en 1981, cuando Pierre Bilger, director de Presupuestos del presidente francés François Mitterrand, fijó en el 3% del PIB la frontera para colgar a los socios europeos el cartel de déficit excesivo. Un decenio después se institucionalizó en Maastricht y casi medio siglo más tarde continúa incrustado en el frontispicio del Pacto de Estabilidad y haciendo las delicias de los halcones neoliberales tras el lanzamiento del euro.
Entonces, Bilger convenció al jefe del Elíseo de que la mejor forma de calibrar el desbordamiento de las cuentas públicas era mediante “un cálculo simple”. Como el 1% era “imposible de lograr” y el 2% “exigía aún demasiada presión” a los titulares de Finanzas, los límites del gasto “deberían anclarse en el 3%”, un corsé férreo pero que dejaba cierto margen de maniobra contable. De igual manera que ocurrió con el tope fiscal, la cota de los…