Hace escasas horas, alguna descarriada conciencia pareció conmoverse en el intento de justificar el adelanto de las elecciones generales a la anterior del estival día de la ciudad de Santiago Apóstol, patrón de España, y, como no podía ser de otro modo, nuestro sumo presidente volvió a dar muestras de su “particular” TPA, ese trastorno de personalidad antisocial que tantos y tan repetidos estragos lleva ocasionando a nuestra Nación.
Pedro Sánchez ha dado otra vuelta de tuerca a su egolatría, a su narcisismo, a ese desmedido culto y excesivo amor a sí mismo, a un ser que, no satisfecho con todo el daño hecho a España en una deplorable y multi-desgarradora legislatura, goza autocompadeciéndose en un falso ejercicio de entrega, sacrificio e inmolación por su gente, esos diputados y miembros del Senado que, en modo “sálvese quien pueda”, aplaudían como posesos a lo largo de una comparecencia no exenta de afilados estoques para una más que previsible e infausta suerte final el próximo 23 de julio.
Los extenuantes y rabiosos aplausos de sus acomodados súbditos, estómagos agradecidos, sirvieron para idolatrar al líder supremo mientras que encubrían dimes y diretes, el ruido de la estocada final, el estrépito de los tambores lejanos de barones o el de la búsqueda de piolets en los baúles de un corrompido socialismo que, en los últimos tiempos, ha venido haciendo gala del saqueo del erario público con el sumiso asentimiento de un pueblo desperdigado, entretenido e descreído ante la continua proliferación de saraos, chiringuitos, prebendas, maletas, escaqueos carcelarios, leyes y decretos para la discordia, compra de votos o barras libres de farlopa y mujeres de ética distraída. Nada nuevo bajo el sol.
Nadie se atrevía, nadie osaba, nadie deseaba ser el primero en dejar de aplaudir, en autoexcluirse, y, como en los buenos tiempos de Stalin, quedar señalado por el partido para engrosar las filas del Gulag hispano, ese ostracismo político al que, a nivel nacional que no “otanista”, apunta Su “Sanchidad” tras unos últimos acontecimientos acelerados por el toque de generala en Moncloa. Allí, en el “cortijo” presidencial, la conciencia del susodicho apareció la noche de autos, pasada la medianoche tras el clamoroso resultado electoral de los preliminares.
Como Cenicienta mas sin hada madrina, asistió su corps de force personal para eludir que se rompiera el encanto de la Presidencia y el Gobierno de España por unas urnas que, a lo largo del 28 de mayo, fueron dictando sentencia y propiciando el ocaso del líder ante la sorpresa y desconocimiento de, incluso, allegados políticos; hecho que, por otro lado, no hace más que ratificar la palmaria falsedad de su expositivo razonamiento en torno a Su incierta, que no indecisa, conciencia.
Sin embargo, aseveraba el agustino Tomás de Kempis que “fácilmente estará contento y tranquilo el que, de veras, tiene la conciencia limpia”, aserto que, sin duda, descarta a nuestro protagonista, carente de, entre otras muchas cosas, verdad, transparencia y limpieza en sus declaraciones, pretensiones y acciones. Para muestra, una serie de botones.
Esa conciencia es la misma que le había susurrado aquello de no convenir con comunistas, de no regir de la mano de golpistas y terroristas, de no mercadear con nuestros territorios del norte de África, de no vejarnos en la esfera internacional, de despreciar protocolos, de cercenar nuestra libertad ilegalmente durante la pandemia o de erigirse en el gestor de leyes dirigidas a enojar y fraccionar nuestra sociedad en cuestiones de diversa clase con deshonrosas consecuencias para la ciudadanía. Esa es su conciencia, exactamente la misma que le ha instado a una arenga cargada de provocación y odio cara no sólo la “extrema derecha”, sino más bien la novedosa “derecha extrema”; o sea, hacia todo aquel que no acata sus directrices e imposiciones, disiente del pensamiento único y expresa su voto en dirección opuesta a la de su partido.
Como le definía el periodico británico The Times tras su sorprendente resolución, “Sánchez es un temerario y autocrático que ha disparado su última bala” en una nueva exhibición de rasgos y signos del psicópata definidos por el Dr. Prakash Masand: comportamiento socialmente irresponsable, violación de derechos del prójimo, manifiesta incapacidad para distinguir lo adecuado e incorrecto, complejidad para mostrar remordimiento o empatía, tendencia a la mentira, daño y manipulación a otros, inconvenientes con la ley e indiferencia cara la seguridad y responsabilidad.
Sin duda alguna, seguro que somos muchos los que, sin ánimo de alimentar una “ola retrógrada” a lo Trump o Bolsonaro como ciertos –y algunas– insinúan, podemos relacionar toda esta sintomatología con el personaje que últimamente ha regido nuestros designios, erigido presidente tras los bochornosos episodios de Ferraz en el mes de octubre de 2016 o julio de dos mil dieciocho cuando los entonces “pedristas” urdieron escándalos electorales internos sin control, censo, garantías o interventores favoreciendo caos, lágrimas, insultos y chillidos en el Comité Federal del PSOE.
De aquellos polvos, estos lodos y…¡Su conciencia!