La repugnancia que despierta un violador en su víctima es de ese tipo de sentimientos que apenas pueden ser expresados con palabras. Ni siquiera en la intimidad del diván. Más allá del miedo, la ira, la confusión, el bloqueo o la degradación que haya llegado a sentir la persona atacada, hay otra sensación que permanece en su cuerpo físico, y es esa indescriptible ola de asco y repulsa.
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