En la fila de cajas de un supermercado del centro de la capital española, una clienta rebusca en el monedero un papel con un descuento que ha amontonado tras hacer algunas compras. “No es mucho, unos 6 euros, pero no estamos para dejar pasar ni una”, bromea. En otra tienda próxima, se vende el gazpacho con una “bajada de precio” —según reza un cartelito en el lineal— de 10 céntimos y la lata de zamburiñas está veinte céntimos más económica. Cada céntimo cuenta y los supermercados lo saben. En épocas inflacionistas como la actual, los usuarios miran el tique cada vez más, son más infieles a sus tiendas frecuentes y hasta el volumen de ventas empieza a verse perjudicado si la situación se prolonga. “Ahora adquiero menos”, explica Rocío Torres, propietaria de una peluquería en la capital española. “En la nevera tengo lo justo, no tiro nada”, añade. Las compañías del campo, que ya han detectado un declive en el consumo, han acentuado los anuncios de ofertas para reactivar las ventas y retener cuota de mercado.
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