La remodelación de la diplomacia económica es una asignatura pendiente y casi perpetua. Para España y para potencias industrializadas y mercados emergentes que se disputan la supremacía global y se reordenan y alían para ejercer influencia en los grandes asuntos de la agenda mundial.
España ha protagonizado múltiples periodos de reflexión para reformar su diplomacia económica. El primero, ya con la Organización Mundial del Comercio (OMC) operativa -y con China entre sus estados miembros-, fue en dos mil uno, cuando las empresas hispanas llevaban un decenio de adquisiciones de activos internacionales en Latinoamérica, su espacio natural de expansión exterior por su afinidad histórica y cultural. Fue antes de que en la primera década de este siglo apostasen por Europa, con grandes operaciones enfocadas sobre todo hacia Reino Unido de Santander, Telefónica e Iberdrola, entre otras muchas.
Pero el 11-S terminó repentinamente con este análisis y reflexión sobre cómo encauzar la diplomacia económica moderna. El primer cónclave de embajadores, llamados a la capital española por el Ejecutivo de José María Aznar para definir y orientar los criterios mercantilistas de la acción exterior hispana, coincidió con la…