La presentación fue la siguiente: Sonó el himno de La Marsellesa en el estadio de Lusail. Allí estaba el privilegiado Kylian Mbappé. Aquel niño que se crió en el humilde Bondy de la periferia parisina y que desde siempre y en toda circunstancia probó ser un superdotado con el balón, sonreía visiblemente relajado mientras que canturreaba el himno de su país. Total, a sus veintitres años él y las turbinas que tiene por piernas ya tenían el trono que Messi, con treinta y cinco, llevaba buscando toda la vida. Parecía confiado en tener la posibilidad de sumar su segunda corona. Pero no. La Argentina de Messi se encargó de borrarle la sonrisa. Jamás marcar un hat-trick y atinar en la tanda de penaltis sirvió para tan poco. Y Mbappé, que cumplirá veinticuatro años mañana martes, tendrá que proseguir persiguiendo a Pelé, que cuando tenía su edad ya tenía dos de los 3 Mundiales que ganó con Brasil.
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