Su rostro oscilaba entre el mal humor y la tristeza. Un solitario Vladímir Putin celebró este fin de semana la Navidad ortodoxa en la milenaria catedral de la Anunciación del Kremlin, con la única compañía de los religiosos que oficiaron la misa. El alto el fuego que había proclamado unilateralmente no consiguió parar momentáneamente su guerra, la “operación especial” que a estas alturas debería haber hecho resonar su nombre en las iglesias de Kiev. Sin embargo, el ejército ucranio resiste prácticamente 11 meses después y cada golpe supone un revés poco a poco más estruendoso. Y ello alimenta los cotilleos y el miedo a una nueva movilización masiva. “Esta celebración, llena de luz, inspira a las personas en las buenas obras y aspiraciones, y sirve para reafirmar en la sociedad valores espirituales y pautas morales tan duraderos como la misericordia, la compasión, la bondad y la justicia”, afirmó el presidente ruso durante el oficio navideño de la medianoche del viernes, el primero que atendía en Moscú desde 2001.
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