En dos mil trece, cuando por vez primera se descubrió en la UE un acuerdo entre bancos para manipular las clases de interés que sirven de referencia para millones de contratos, pareció el peor de los engaños imaginables. Ya no se podía confiar ni en los índices oficiales. Fue un duro golpe a la confianza de los ciudadanos en el mercado.
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